Como en la mano, blanca, una cerilla,
antes de dar la llama, a todas partes
extiende lenguas bruscas; así empieza
en el corro cercano, clara, cálida y rápida,
a abrirse, convulsiva, en redondo su danza.
Y de repente es llama, enteramente.
Ella inflama su pelo a una mirada,
y de pronto, con arte osado, gira
todo su traje en ese celo ardiente
del que , como serpientes que dan terror, los brazos
desnudos se levantan, en vela y chasqueantes.
Luego, como si el fuego se le volviera escaso,
lo reúne y lo arroja todo entero
espléndida, con un gesto orgulloso,
y lo mira: rabioso yace en tierra,
y aún sigue llameando y no se entrega.
Pero triunfal, segura y con sonrisa
suave de saludo, alza la cara,
y lo apaga, pisándolo con pequeños pies firmes.
Rainer María Rilke (1875-1926)
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Pepe Yáñez. noviembre de 2013
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