17.12.12

El Barco Borracho os regala: Mejillones del Parnaso

   
Enlace para visualizar el libro completo:
   http://issuu.com/pepe_yanez/docs/mejillones_del_parnaso_-_maqueta_original_-_edici_/1

Link a entrevista de Manuel Moraga en Recrea tu Viaje, para Radio 5:
http://www.rtve.es/alacarta/audios/recrea-tu-viaje/recrea-tu-viaje-mejillones-parnaso-08-05-10/766473/




Queridos tripulantes de El Barco Borracho:
Me complace regalaros esta gamberrada poético gastronómica que perpetramos en su día mi querido amigo Rafa Benítez y quien suscribe.


Este libro nunca fue impreso tal como fue concebido. “Motivos editoriales” suprimieron el color de sus páginas, y condenaron al borrón a sus ilustraciones.

Hemos lanzado libremente a la red esta edición digital de su maqueta original como regalo de sus autores - Rafael Benítez Toledano a la pluma, y Pepe Yáñez a los pinceles - para todos nuestros amigos y lectores, una vez revertidos nuestros derechos de publicación, el 15 de diciembre de 2012, festividad de San Fortunato.

    Es vuestro; espero que lo disfrutéis.


 Licencia Creative Commons
Mejillones del Parnaso por Rafael Benítez Toledano y Pepe Yáñez se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.

15.11.12

Fotograma

                                                                 Acuarela sobre papel. Pepe Yáñez

MICRORRELATO


Algunas luces rojas centelleaban entre la niebla y, al acercarse a mí dos de ellas, distinguí el lomo impreso de un autobús turístico que maniobraba hacia atrás en silencio, como una bestia sinuosa. Me quedé mirando pasar ante mí los rostros de sus ocupantes, una sucesión de rasgos orientales velados en un húmedo esfumato tras los cristales empañados. Entorné los ojos y los vi desfilar como los fotogramas de un kinetoscopio, impersonales y abúlicos, ante un telón de ciudad difusa, impenetrable. Hasta que llegó ella. El autobús se alejó, arrancando lentamente jirones de nubes bajas. Y jamás he vuelto a verla.
 

Este texto está en internet y es de libre uso no comercial. Por favor, si lo reproduces cita a su autor. 
Pepe Yáñez. Noviembre de 2012
http://enelbarcoborracho.blogspot.com/

11.11.12

Nebed. Capítulo dos (4ª entrega)

         Pequeño bestiario de envidias y maledicencias (detalle Acrílico y óleo sobre lienzo. Pepe Yáñez 

 
(Viene de Nebed. Capítulo 3/2
 

(...) Retomamos la gira con cierto atropello, y de no ser por su velocidad de crucero aquella mujer hubiera podido sentir tres alientos en su nuca: no cabía duda que aquellos tres se habrían apuntado sin agua a la excursión a Londres tras sus pasos  con la que yo había fantaseado minutos antes.
-The Cube es en la práctica una multinacional de la cultura con sede social en Londres y sucursales en ocho países de los cinco continentes –se arrancó la inglesa inopinadamente en español.  
  -Sus áreas de actividad –continuó.- comprenden la edición,  la museología y la gestión de archivos históricos. Aunque la principal fuente de facturación de su división editorial se nutre de la publicación de todo tipo de libros, y funciona autónomamente adaptando sus títulos a los mercados  de cada una de sus sucursales, la seña de identidad de The Cube en ese terreno son los facsímiles de libros antiguos. Muchos de ellos provienen de los fondos de nuestros propios museos, aunque recibimos préstamos y encargos de colecciones públicas y privadas de todo el mundo.
Aunque en un principio pensé que aquella suerte de exhibicionista rubia  había decidido amenizarnos el paseo con una demostración de sus dotes de cicerone,  pronto comenzó a interesarme su discurso. Además, la seguridad con la que se expresaba fulminó su primera imagen de mujer florero.
-Tengo entendido –intervine, tratando de encauzar el monólogo en algo parecido a una conversación.- que el grupo posee una de las más importantes colecciones medievales de Europa.
Durante unos segundos, un rictus de cólera se apoderó del rostro de Vincenzo, pero la efusividad con la que Rose  respondió a mi comentario devolvió sus facciones a su habitual  mueca de condescendencia pasiva.
-¡Efectivamente mister Alcolea! –dijo apuntándome con su carpeta plegada en tubo, como una maestra satisfecha hubiera hecho con su puntero.
-The Cube Pumping Corporation -continuó.- custodia la mayor colección de códices que existe en la actualidad. No en vano alberga en cuatro de sus sedes, entre las que se incluye esta, los más importantes museos bibliófilos del mundo. No poseemos obviamente todos los originales que se conservan, pero gracias a la especialización del grupo en la edición de facsímiles podemos asegurar que no existe ningún libro medieval que haya sobrevivido al paso del tiempo que no pueda ser consultado o admirado en las instalaciones del grupo.
Discurrí que el empleo continuado del posesivo por parte de esa mujer obedecía al proverbial espíritu corporativo que los anglosajones saben transmitir como nadie a sus empleados. En cualquier caso, resultaba curioso escuchar a aquella cada vez más interesante recepcionista hablar de los libros más valiosos del mundo como si estuviera acostumbrada a leerlos en la bañera.
-He oído decir –comentó Matías lanzándose al ruedo.- que las reproducciones que salen de los talleres de edición de El Cubo son de una calidad inigualable.
-That’s right señor Sorel – confirmó Rose acelerando el paso.- la exposición itinerante de facsímiles de códices medievales de The Cube reúne reproducciones prácticamente perfectas. Lógicamente, el análisis de un ojo bien entrenado sabría encontrar las diferencias respecto a un original. Pero le aseguro que incluso en ese caso un experto que no estuviera previamente advertido tendría en todo momento la seguridad de estar pasando páginas iluminadas hace mil quinientos años.  La muestra, de la que sin duda tienen referencias, fue inaugurada en París hace tres años, ha recorrido quince ciudades y tiene fechas programadas a dos años vista.
Vincenzo se volvió hacia nosotros alzando las cejas. Conociéndolo, sabía que en aquel momento se sentía prácticamente copropietario de aquel tesoro bibliográfico. Hizo ademán de intervenir en la conversación, pero los pocos segundos que empleó en allanarse la corbata fueron suficientes para que Rose desapareciera de nuevo, esta vez  tras la mampara del departamento de Archivística.
-Sorry, just a minute! –dijo antes de perderse en un maremágnum de  equipos informáticos, alzando su carpeta como si exhibiera un pedazo de carne en una perrera.



-¿No os lo dije? –dijo Vincenzo, llevándonos en corrillo hacia el mirador de la galería.
A pesar de su forzada tranquilidad, advertí en él los síntomas de una nerviosa congestión.
-Os dije que os traía a un empresón –añadió con expresión de triunfo mesiánico.
Observé la mirada que le dirigía Ramón y temí lo peor.
-¡Joder Antonio! – dijo Ramón, agitando las sílabas con su característico temblor de labios al hablar.- Es mucho más de lo que esperábamos. ¡Al menos por mi parte!
Ramón advirtió mi sonrisa e instintivamente bajó los ojos. La suya podría haber sido una frase cortés en cualquiera, pero incluso él mismo sabía que en su caso se debía a un reflejo de pelota compulsivo.
-Bien, bien… ¡ese es el espíritu! -respondió Vincenzo palmeando su espalda sin mucha emoción. La adhesión de Ramón al jefe le venía de fábrica.
-¿Qué piensas tú, Matías? –Interrogó de nuevo, esperando una nueva ración de confeti.
-Bien, las instalaciones son excepcionales. Estoy deseando ver nuestro equipamiento.
-¡Vais a alucinar! –Respondió Antonio mordiendo presa.- ¡Lo último en tecnología!  Procesadores de texto de última generación, software para lenguas clásicas, traductores en red interna… ¡Vamos a currar  en un Ovni!
Sabía que Antonio había improvisado con aquella tontería de la traducción en red interna, pero el ambiente ya estaba bastante cargado y me limité a divagar mentalmente pensando que, trabajando en un Ovni, me conformaría con que no me disecaran los marcianos.
-¡Ufff...!  -exclamó Ramón.-  ¡Increíble Antonio!  ¡Software de clásicas!
Me miró tras sus palabras y se tapó discretamente la boca, como si  intentara disimular una incontrolable aerofagia. ¿Para que querría aquel majadero un cacharro que interpretara clásicas? Ramón es un excelente traductor de francés, pero el libro más antiguo que ha pasado por sus manos se editó cuando ya usaba after shave.
Meneé la cabeza e hice un comentario trivial sobre los centros comerciales que estropeaban las vistas de las verdes colinas. Confiaba en el regreso inminente de Rose, que me libraría de mi inevitable turno en el interrogatorio de Vincenzo, pero al parecer nuestra diosa sajona estaba verdaderamente ocupada repartiendo sus papelitos.
-¿Y tu qué? –escuché irremediablemente-. ¿Supongo que no encontrarás nada a mano en tu repertorio de quejas?
Su tono de voz volvió a cabrearme, de manera que le devolví  la bola con un revés en la esquina que menos esperaba.
-Bien –respondí aceptando el envite-. Creo que trabajaremos en una empresa en la que no nos faltará la publicidad. ¿Supongo que os enterasteis del escándalo de la exposición de códices de El Cubo en París? – solté con la exquisita inflexión de un embajador declarando una guerra.
La bola entró. Vincenzo se dio la vuelta y recorrió varios metros por el pasillo con los brazos abiertos como un crucificado.
-¡Increíble! ¡Es absolutamente increíble! ¿Pero a que coño viene eso? –explotó alzando la voz.
No fue noticia de primera plana, pero cualquiera del gremio la siguió en su día en los periódicos. En la exposición de facsímiles medievales de París, la primera de una larga gira mundial, se instaló una urna blindada en la que se exhibían supuestamente diez originales. Alguien detectó que la mitad de ellos eran reproducciones.
-¡Aquello fue un error y todo el mundo lo sabe! – embistió Vincenzo apuntándome con su índice. Por un momento imaginé una bala saliendo de una trampilla oculta en su falange.
-¡Un error subsanado al día siguiente! – espetó.
-¿Subsanado? Se limitaron a retirar las copias, pero no fueron sustituidas por sus supuestos originales. Es probable que ni siquiera existieran…
Vincenzo me fulminó con la mirada mordiéndose el labio inferior. Conocía sus accesos de ira, y sabía que estaba justo en el límite para alcanzar  uno de ellos. Me miró en silencio durante unos segundos, como si lo acabara de acusar del robo del siglo, por más que en la fecha en la que se inauguró aquella exposición  hubiera resultado surrealista imaginar que una pequeña agencia como la nuestra sería absorbida por  la mayor compañía editora del mundo. En aquel preciso instante a mí aún me lo parecía.
Advertí la creciente palidez de Ramón. El sudor que comenzaba a resbalar por su frente delataba su enfermiza alergia a las discusiones. Matías en cambio parecía disfrutar como un devoto de las peleas de gallos.  
-Tíos, no discutáis – terció Ramón en un esfuerzo que yo sabía titánico-. ¡Sois amigos!
Matías lo miró sonriendo con una sola comisura y expelió algo parecido a un silbido.
 Comenzaba a divertirse de verdad.
Vincenzo volvió a apuntarme con su dedo, pero su gesto perdió fuelle cuando la galería se inundó de gente. Debía ser la hora del café, e inmediatamente nos vimos envueltos  en un fluido cauce de empleados que brotaban de las diferentes secciones de la planta, y que a su paso nos observaban curiosamente sin detenerse.
-¡Tú y yo tendremos una larga conversación en cuanto estemos instalados! –concluyó a media voz, sorprendido, como todos nosotros, por aquella repentina irrupción de humanidad en tránsito.
La cafetería no debía de estar muy lejos. En escasos dos minutos nos dirigieron numerosos Good moorning y  Bonjour, varios  Guten tag y Buongiorno, incluso algún que otro Ohayô gozaimasu. Los buenos dias no llegaron a una docena, se veía que la integración no era el fuerte de nuestros compañeros de El Cubo.
Una vez quedamos de nuevo solos se instaló entre nosotros el silencio. Durante el paso de aquella riada humana en tan corto lapso de tiempo me había sentido como una piedra atrancada en medio de una corriente, y algo parecido debieron experimentar mis compañeros, ya que de los prolegómenos de un combate de carneros habíamos pasado al más absoluto mutismo. Ramón y Matías permanecían milagrosamente en el mismo lugar tras la estampida, el primero observando algo indeterminado en sus zapatos, rascándose el cogote Matías. Vincenzo se había retirado unos metros hasta apoyar su espalda en la cristalera, y  al igual que yo, fisgaba a través de la mampara de Archivística (...) Continuará.


Segundo capítulo de "Nebed", novela. Pepe Yáñez.
Este texto está en internet y es de libre uso no comercial. Por favor, si lo reproduces cita a su autor. 
Octubre de 2012
http://enelbarcoborracho.blogspot.com/

5.11.12

Usted no sabe con quien está hablando.

                                               El tabanco (detalle). Acrílico sobre papel.Pepe Yáñez 2005

MICRORRELATO


El soplo me lo dieron en el bar Carriela y no perdí un segundo. Conduje hasta la villa y no me hizo falta verla por dentro; incluso en ruinas triplicaría ese precio. En un par de horas tuve ante mí al propietario sentado en una mesa de firmas del notario. La mirada huidiza, amasaba sus manos. Salivó al saludar. Mi intuición de veinte años de agente inmobiliario no me engañaba: el tipo estaba en las últimas, olía a ruina, y no sabía con quien estaba tratando.  
En la breve espera apreté la oferta. Pan comido. La humedad de sus ojos le costó veinte mil, y su  temblor de labios redujo en un tercio el precio de salida. El enloquecido zigzag de su firma me hizo pensar que el parkinson lo devoraba, pero la inmensa paz que lo inundó cuando yo hice lo propio me hizo descartar la idea. Al entregarme las llaves su rostro era el de otro hombre.
No podía esperar. Quedaban un par de horas de luz y regresé a la casa. La verja chirrió brevemente al abrirse al jardín japonés, y una eufórica sensación de triunfo se apoderó de mí cuado escuché la gravilla del sendero crujir bajo el peso de mis neumáticos.
Encendí la linterna en el enorme recibidor. El interior estaba vacío. No había muebles ni cortinas. Una ventana entreabierta tableteaba y me sentí ridículo al intuirme  observado.
- ¿Hay alguien ahí? –pregunté por puro reflejo. Entonces escuché la voz, surgiendo de todas y de ninguna parte:
- Usted no sabe con quien está hablando.
 La casa estaba vacía: no había un alma en muchos kilómetros.

Este texto está en internet y es de libre uso no comercial. Por favor, si lo reproduces cita a su autor. 
Pepe Yáñez. Noviembre de 2012
http://enelbarcoborracho.blogspot.com/

                    

27.10.12

Nebed. Capítulo dos (3ª entrega)


                                    El lector lúcido. Acrílico, carbón y pastel sobre papel.  Pepe Yáñez 2005

 
(Viene de Nebed. Capítulo 2/2

(...) Lo cierto es que yo no había perdido un segundo contemplando sus rizos engominados, coronados por un ya indisimulable círculo de alopecia.  La sola presencia de Rose y Rosa, erguidas en pose de azafatas de vuelo y dirigiéndonos sendas sonrisas tan cautivadoras como profesionales,  bastó para que mi estado de ánimo retornara a un punto neutro, que inmediatamente subió enteros cuando, tras la recepción de nuestras tarjetas, Rose abandonó la pecera y se expuso ante nosotros como una sirena desprendiéndose de su cola.
-Follow me, please   -nos indicó amablemente sin perder la sonrisa, sin duda dando por hecho que la cartilla del uno de unos traductores, por muy literarios que fueran,  pasaba por comprender el inglés.
-Supongo que Mr. Fields nos aguarda arriba –inquirió Vincenzo con una engolada sonrisa que no encontró destinataria. Rose ya caminaba de espaldas en dirección al ascensor.
-¡Oh! ¡Mr. Fields se encuentra de viaje! –respondió Rose en perfecto español sin volverse-. Yo misma les acompañaré a sus dependencias pero antes, si me lo permiten, les mostraré en un corto recorrido parte de nuestras instalaciones, para que se familiaricen con su nuevo entorno de trabajo.
Contemplando la manera en la que Rose posaba sus pasos en el suelo, pensé que por mi parte ampliaría  el recorrido hasta el mismo Londres si fuera preciso. Por suerte, antes de que pudiera expresar ese pensamiento  con cualquier desafortunada fórmula intervino Matías, sosteniendo sobre los  brazos extendidos su caja de cartón.
-Disculpe señorita.
Rose se volvió hacia nosotros sin alterar el dibujo de su sonrisa en los labios, añadiendo el extra de un divertido arqueo de cejas.
-¡Oh! –exclamó-. Discúlpenme ustedes por favor… ¡Bástian, si es tan amable acomode las cajas de los señores!
Sebas abrió la portezuela que tenía a su derecha sin apartar la mirada del monitor se su unidad. Matías y Ramón comprendieron que el porte les correspondía, y retrocedieron lo andado para dejar sus cajas en la pecera. Mientras contemplaba como desaparecían sus cuerpos al agacharse tras el mostrador advertí que Rosa, ya sentada en su puesto, meneaba la cabeza de lado a lado, en un casi imperceptible gesto reprobatorio. Me pregunté que sería lo que la contrariaba. Tal vez la invasión de su espacio vital en el cubículo o la simple alteración de su rutina diaria. Puede que no aprobara la actitud de Sebas, o Bástian, o como quisieran llamarle, incluso que se sintiera algo celosa por el papel protagonista de su compañera. Colegí que la sola irrupción en el hall de aquella extraña comitiva que formábamos dos porteadores y un individuo con aire ausente en zapatillas de deporte, encabezados por un histriónico con casco de brillantina y trajeado como  si fuera a una boda era motivo más que suficiente como para menear la cabeza durante un mes completo. Mientras barajaba las diferentes posibilidades observé que Rosa, si bien tenía unos rasgos mucho más discretos que los de Rose, poseía un perfil que pedía a gritos un lápiz para ser dibujado.
Poco duró mi esbozo mental.
-All right! –exclamó Rose.
Una vez vio ubicadas las cajas, frunció los labios en un gesto de aprobación.
-Much better! Come on!  -ordenó entre líneas, regalándonos de nuevo su espalda.
En los casi cuatro mil metros cuadrados del Cubo trabajan más de cien empleados. Desconozco como sería el edificio antes de su restauración, pero los arquitectos ingleses habían hecho un buen trabajo. La galería que circundaba la edificación en la cara exterior de sus cinco plantas se abría al paisaje urbano en las dos fachadas orientadas al este, y ofrecía en las otras una soberbia vista de las suaves colinas que se elevan en las afueras de la ciudad. El Cubo está dividido en uso en dos mitades; una de acceso público en la que está situado el museo, la principal baza que decidió al ayuntamiento a ceder en concesión el edificio - la oferta era irrechazable -  junto al archivo bibliófilo abierto  a investigadores previamente acreditados. En la otra mitad, la que recorríamos en aquel momento en su segunda planta,  estaban las oficinas de la empresa, cuyos diferentes departamentos se situaban a lo largo de la galería detrás de mamparas ahumadas rotuladas con la actividad de cada sección. Una buena solución para compartimentar y aislar la zona de trabajo de la galería, permitiendo al mismo tiempo el paso a la luz y a las vistas del exterior.
Rose caminaba por el pasillo como si navegara en un canal veneciano,  saludando al cruce, deteniéndose en cada uno de los departamentos y abandonándonos en la entrada.
Con un sorry, just a minute…! se perdía entre las mamparas portando una carpeta que en cada salida disminuía su grosor. Era evidente que aprovechaba el paseo para repartir alguna circular, una hoja de servicio o cualquiera fuera la cosa que llevara bajo el brazo.
Reconozco que tanta parada comenzó a irritarme, y supuse a Vincenzo al borde del colapso por igual motivo.
- ¿No os parece un poco borde esta tía? –pregunté a mis compañeros de gira.
Vincenzo se volvió hacia mí a tal velocidad que pensé que iba a perder el equilibrio.
-¡Joder Alcolea! -dijo forzando un susurro -. ¡No levantes tanto la voz! ¿Vas a empezar a pifiarla desde el primer día?
Vincenzo y yo nos llamábamos por el  apellido desde el colegio, pero a partir del primer afeitado él solo lo usaba previamente a un abrazo o cuando estaba verdaderamente cabreado.  En los últimos dos años no recordaba haberme abrazado en ninguna ocasión con mi antiguo camarada de aulas.
-No procede señores –apuntó lacónicamente Ramón, señalando con un gesto de cabeza la mampara.
Rose avanzaba hacia nosotros de vuelta de su ronda haciendo oscilar  su cuerpo con movimientos de pasarela. Se abanicaba distraídamente con la carpeta, a esas alturas ya bien diezmada de su contenido.  
-Además, está como un queso –monologó Vincenzo, esta vez en un verdadero susurro.
-Let’s go! – indicó nuestra guía con su imperturbable sonrisa, agradeciendo con un confuso fruncido de cejas la exagerada inclinación con la que Antonio Vincenzo le cedió el paso hacia la galería. (...) Continuará.


Segundo capítulo de "Nebed", novela. Pepe Yáñez.
Este texto está en internet y es de libre uso no comercial. Por favor, si lo reproduces cita a su autor. 
Octubre de 2012
http://enelbarcoborracho.blogspot.com/

22.10.12

NEBED. Capítulo dos (2ª entrega))

                                            El viaje hasta ayer. Óleo sobre lienzo.  Pepe Yáñez 2005

 
(Viene de Nebed. Capítulo 2/1

(...) El tercer inquilino del lujoso corralón de recepción era Sebas Lobato, un antiguo empleado de empresa de seguridad que en los últimos años de abandono del edificio había ejercido de guarda nocturno del inmueble hasta su cesión municipal a los nuevos concesionarios. En el acuerdo, de forma oficial o tácita, se había incluido la continuidad de sus servicios, y tras un breve  cursillo de capacitación pasó a lucir sobre su uniforme una siempre lustrosa chapa con logotipo en la que se leía Control de Acceso. Supongo que el recuerdo de los dos años que pasó recorriendo linterna en mano los oscuros pasillos de aquella inmensa ruina era razón más que suficiente para que Sebas soportara con estoicismo ser rebautizado como Bástian por Mr. Dankworth, su superior directo y jefe de seguridad del Cubo, incapaz, entre otras muchas cosas, de pronunciar su nombre de manera reconocible para un castellano. Con Dankworth tuve algunos incidentes menores que con el tiempo acarrearían mayores consecuencias.

Sebas, Bástian en horario laboral, es un gigante de cuarenta y pocos  con cara de niño receloso, una montaña de músculos en cierto receso que a mi juicio necesitarían reposar en varias sesiones de diván. No es mala persona. De nuestro último y reciente encuentro guardo como recuerdo el tatuaje de color movedizo de sus nudillos en mi mandíbula y una cita con el dentista. No le guardo rencor. De haber puesto el más mínimo empeño en aquel puñetazo me habría vaciado el cráneo como quien casca un huevo. Con Sebas, en tiempo acumulado, compartí semanas de escaqueo en la cafetería del edificio, y en el Eurolunch, un garito con pretensiones que a pesar de su nombre de fábrica de alimentos envasados servía aceptables almuerzos en un frío complejo de servicios ubicado frente al Cubo. El Eurolunch tiene una bien fotografiada carta de platos que alimentan diariamente a varios rebaños de oficinistas,  aunque justo es decir que nuestras consumiciones habituales se servían mayoritariamente en vaso y nunca en horario de comidas.

El desembarco de los restos de Vincenzo traductores en el Cubo recordó más al ingreso en un centro de acogida que a una incorporación laboral.  De la antigua plantilla quedaron atrás media docena de freelances desconsolados, dos expedientes en magistratura cuyas costas jurídicas asumió The Cube Pumping Corporation,  tres traductores que prefirieron la pasta a los juzgados, una secretaria eternamente agradecida por su prejubilación y una inconfesa aunque más que evidente inyección de euros en la cuenta de Antonio Vincenzo. El quince por ciento de las acciones de la agencia, cedido a mi favor tras su fallecimiento por el padre de Antonio y verdadero aldabonazo de nuestro distanciamiento, me había reportado la cantidad justa para aplazar el embargo de mi pequeña propiedad en la costa, y el aire suficiente para ponerla en venta sin cargas acuciantes.  Obvia decir que la enorme diferencia de valoración entre las acciones de Vincenzo y las mías se debió a una milagrosa sobrevaloración de las primeras en el último apretón de manos de su trato con los ingleses.

Los cuatro supervivientes, con Vincenzo a la cabeza, accedimos al hall de El Cubo en fila india, más deslumbrados por el molesto reflejo del sol que acuchillaba la  gran claraboya del techo y luego estallaba en el mármol del piso que por la imponente arquitectura espacial que nos rodeaba. Matías y Ramón, los otros dos náufragos, portaban sendas cajas de cartón con su material de trabajo personal, al más puro estilo de telefilme norteamericano. Una mezcla de orgullo y de atávico pudor a las procesiones me decidió a dejar la mía en el flamante todoterreno de Vincenzo, en el que nos habíamos trasladado a nuestras nuevas oficinas.

-¡Vais a flipar con el sitio! – se limitó a comentar intermitentemente durante el trayecto, mientras se esmeraba en mostrarnos, en una exhibición de concesionario, la tecnología punta del interior de su nuevo coche, aún con plásticos en los asientos, cuyo valor superaba con creces el de mi apartamento. 

Durante el insoportable recorrido que nos llevó al Cubo, contestó pulsando botoncitos a las preguntas fingidamente interesadas de mis compañeros, mientras me dirigía furtivas ráfagas de miradas a través del retrovisor, sin duda confundiendo con la envidia mi indisimulado gesto de desprecio. Todos conocíamos el edificio por fuera, durante años fue un símbolo más de la desidia urbanística de la ciudad, pero Antonio, que había reservado para sí la totalidad de la negociación de la venta, lo había visitado en varias ocasiones con nuestros nuevos jefes británicos. 

Seguramente Vincenzo esperaba un recibimiento algo más pomposo, si no el de Byron Fields, director del centro al que se refería como amigo y a quien  daba tratamiento de semidios, al menos el de  Dankworth o alguno de sus principales adláteres.  Para su desconsuelo hubo de conformarse con la mirada al vacío de Sebas, que extendió la mano a nuestra llegada solicitando nuestros carnets para entregarnos las acreditaciones provisionales que nos permitirían el paso.

-Ustedes deben ser los de Vincenzo.
-Antonio Vincenzo –respondió Antonio estrechando su mano, mezclando una emulsión de orgullo y sentimiento de ofensa en sus palabras.
-Por favor, acelere el trámite. Nos están esperando.

La mano de Sebas continuó extendida tras el apretón. Antonio extrajo su carnet de identidad de la cartera y aguardó la parsimoniosa inscripción de sus datos sin volver la cabeza, sin duda evitando a conciencia  la mirada de burla con la que me imaginaba recreando el momento. No habían sido unos meses fáciles, y la línea de susceptibilidad en la que ambos nos manteníamos era lo más parecido al filo de un bisturí.
(...) Continuará.


Segundo capítulo de "Nebed", novela. Pepe Yáñez.
Este texto está en internet y es de libre uso no comercial. Por favor, si lo reproduces cita a su autor. 
Octubre de 2012
http://enelbarcoborracho.blogspot.com/

15.10.12

NEBED. Capítulo dos (1ª entrega))



                         La cuadratura del círculo" (detalle ) Óleo y acrílico sobre lienzo.  Pepe Yáñez 2004

 
(Viene de Nebed. Capítulo 1/3)

(...) El funcionamiento interno del Cubo es geométrico, un fiel reflejo de su envoltorio. La estructura del edificio se alza en cuatro fachadas gemelas que afloran del centro de un solar enlosado con enormes baldosas de cerámica gris, rodeado en su perímetro por una estructura metálica proyectada en su origen como guía para plantas trepadoras. Esa función la cumplió a la perfección durante los escasos meses en los que el edificio fue pabellón de uno de los países participantes en la exposición universal que maquilló la piel de esta ciudad hace dos décadas. En los años en los que el inmueble permaneció en abandono tras su cesión por los expositores al consistorio, el seto perdió el verde de sus hojas, y el Cubo quedó cercado por  una tupida maraña de leña abrazada al óxido de los tubos a la que la intemperie y la desidia dotaron con el tiempo de una extraña belleza, a medio camino entre lo orgánico y lo industrial, que los arquitectos dieron por buena al rehabilitar el edificio. Cuando uno lo mira desde cierta distancia, se tiene la sensación de estar contemplando una absurda cubitera en la que flota un solitario bloque de hielo de proporciones ciclópeas, inútil y mágico, como el juguete de un niño.

Debo reconocer sin embargo que nuestro traslado al Cubo no fue demasiado traumático, una vez asumimos que Vincenzo Traductores ya era historia. Si bien en un principio un cierto apego nostálgico me hizo pensar que añoraría el mapamundi de manchas de humedad que decoraba el techo falso  de nuestra céntrica y casi ruinosa sede, lo cierto es que el recuerdo de los viejos archivadores cuyos carriles chirriaban como murciélagos soliviantados, la exasperante lentitud de nuestros panzudos ordenadores y la angosta escalera de entrada que cada mañana nos devoraba como la garganta de una sierpe  pasaron pronto al olvido ante las comodidades que nos brindaban las nuevas instalaciones.

Entre ellas, no fue plato de mal gusto cambiar mi longeva colección de multas de aparcamiento en zona limitada por una flamante tarjeta microchip que daba acceso al garaje privado del Cubo, desde el que se ingresaba directamente a través de un ascensor al enorme recibidor acristalado del edificio, de cuyo centro emergía, como un baluarte de vidrio templado y  mármol,  el mostrador de recepción. Nunca entendí la necesidad de obligar a los visitantes a caminar los casi cien metros que lo separaban de la puerta de entrada al público, pero concluí  que eran el mínimo peaje que podía requerirse para recibir el premio de intercambiar las cuatro palabras de la consulta de turno con las dos gracias que atendían tras el rótulo de información. Rose y Rosa. La primera vez que dí los buenos días a Rose tuve la impresión de que al devolverme el saludo  me transmitía secretamente un súbito amor a primera vista, aunque pronto hube de resignarme a compartir esa sensación con todas y cada una de las personas que se acercaban por primera vez a su repisa. 

Rose Relish  es una londinense de Bromley que por un extraño sortilegio parece haber intercambiado el carácter reservado que por su origen un español le presupondría con Rosa Lucena , su compañera de pecera, una flemática andaluza de Tomares que habla un correcto inglés de procedencia au pair cuando la situación lo requiere, y a la que uno a primera vista le imagina el bolso repleto de bolsitas de té Lady Gray. A Rose, una vez superado sin éxito el primer impulso de mi testosterona,  me unió una amistad voluble y divertida a partes iguales que tuvo un final sorpresa. Con Rosa mantuve una relación diferente durante el año y medio que convivimos en el Cubo. Una vez que comprendí que su flema no era sino una cortina tras la que ocultaba su timidez, y que su impostada pose anglosajona obedecía más a alguna sugerencia corporativa que a su sencilla naturaleza,  adquirimos el rango de sinceros confidentes y compartimos algún consuelo mutuo que guardo para mi.  Jamás tendría una mala palabra para Rosa; no se puede tener para alguien que literalmente salvó mi vida, y no hablo en absoluto en sentido metafórico. (...) Continuará.


Segundo capítulo de "Nebed", novela. Pepe Yáñez.
Este texto está en internet y es de libre uso no comercial. Por favor, si lo reproduces cita a su autor. 
Octubre de 2012
http://enelbarcoborracho.blogspot.com/


3.10.12

Tomar el Congreso

                    Serie "Palíndromos" (detalle) Óleo y acrílico sobre lienzo. Pepe Yáñez 2005


Cuando hay marejada las olas también abordan la cubierta de este Barco Borracho, y un buen timonel no debe tener miedo a mojarse. Aprovechando la calma, os dejo mi reflexión:

La derecha española desprende tanta caspa que se podría esquiar en ella. La izquierda es un páramo lleno de espectros desorientados adictos al alcanfor. El movimiento ciudadano reúne a la desesperanza con un inquietante clamor de guillotina. Nunca como ahora cobró tanto valor la defensa de la Libertad Individual frente a una libertad colectiva mediatizada y voluble.

¿Que pasaría si los que aún creemos en las urnas -de cualquier partido- rodeáramos en la calle a quienes rodean el congreso?
Comparto el hartazgo, y mucho, pero no que se despoje de dignidad y se llame borregos a millones de votantes, voten a quien voten.

Todas las revoluciones violentas de cualquier color y en cualquier época acabaron gobernadas por tiranos que robaron de nuevo la libertad a quienes los encumbraron. Todas. Con todos sus defectos y convulsiones, el mayor periodo de paz en la historia de la humanidad se ha desarrollado en las democracias. Desde el pasado siglo, nunca ha habido una guerra entre países democráticos y nunca en ellos hasta ahora ha corrido la sangre de una guerra civil. Cierto es que en democracia, por pura definición,  hay matices, que ni de lejos se han superado las injusticias, que el poder, como de cualquier otra herramienta, se sirve de ella. Pero el sistema se cambia, se mejora, con la batalla de las ideas, no con la de las guadañas.

Las IDEAS de la revolución francesa cambiaron a Europa. Tumbaron a un déspota, pero sus métodos se desligaron de ellas, sus consecuencias inmediatas arrasaron y tiranizaron de nuevo a Francia, y trasladados al siglo XX, descontextualizados, sirvieron de excusa y modelo a muchos sátrapas para empujar a sus pueblos a la tiranía, y a otros de igual calaña para responderles con el talión. La Bastilla se tomó para derrocar a un autócrata, consecuencia de siglos de deificación del poder, situado en el vértice de una sociedad en la que la voz estaba proporcionalmente vinculada a la fuerza; no contra representantes elegidos en libertad. Y, bueno es recordarlo, la mitad de los que la tomaron acabaron en la guillotina por obra y gracia de otros tiranos que pretendieron ser la única voz del pueblo.

Expresar en la calle la discrepancia, manifestar las ideas propias, llamar la atención y denunciar en libertad los vicios de un sistema democrático lo fortalecen. En pleno siglo XXI disfrutamos de la libertad que pregonaban esas IDEAS, Libertad de Opinión, Libertad de Expresión y Libertad de Manifestación, y de la voz que no tenían quienes las promulgaron; no caigamos de nuevo en el horror y los errores que acarrearon.

 Tomar el congreso es decimonónico, absurdo y peligroso. Es lenguaje de mausers y kaláshnikovs. Es poner de nuevo en la boca de una minoritaria parte del pueblo la voz de los tiranos.

Es mi opinión. En Libertad. 






Este texto está en internet y es de libre uso no comercial. Por favor, si lo reproduces cita a su autor.
Pepe Yáñez, octubre 2012
http://enelbarcoborracho.blogspot.com/

17.7.12

Nebed - Capítulo uno (3ª entrega)

                               Sin título. Acrílico, lápiz  pastel y carbón sobre papel.  50 x 70 cm-. Pepe Yáñez 2006


 
(Viene de Nebed. Capítulo 1/2)
 (...) A lo largo de veinte años he traducido toda clase de libros. La prosperidad de la nueva agencia reestructuró los departamentos inicialmente organizados por temáticas y los englobó en una suerte de absurdas secciones, unificando los textos por idiomas. ¿Se imagina? ¡Interpretar a Proust con un catálogo de automóviles aguardando un receso! Aún conservo en algún cajón el acta del jurado que me otorgó el Nabokov. Uno de los argumentos por los que se decidió premiar mi trabajo fue “la acertada recreación del lenguaje de la obra, tanto en lo referido al registro coloquial y popular cuanto a las dificultosas singularidades fonéticas”, según reza literalmente el protocolo. ¿Cree usted posible aplicar ese criterio a la trascripción de un informe financiero belga?

 El Cubo se cuidó mucho de no hacer trascender fuera de su ámbito el tipo de trabajos que encomendaba a sus traductores literarios, pero el resultado fue que terminamos por ver en Chesterton la parquedad de un documento de registro civil. Recuerdo el desconsuelo de una de mis más brillantes compañeras cuando me confesó que no había encontrado la menor diferencia de estilo entre la traducción de Las uvas de la ira para una editorial chilena, y un tratado de botánica americana con el que simultaneó el trabajo. Yo mismo, premio Nabokov, traspapelé en cierta ocasión una hoja de un registro mercantil alemán en una carta supuestamente inédita de Kafka. La integré sin notarlo en el texto con toda naturalidad. Incluso no descarto que así fuera publicada. ¿Es eso traducción?

Dijo Steiner que sin traducción habitaríamos provincias lindantes con el silencio. Sea. Por lo que a mí concierne bienvenido sea el silencio. Creía Borges que la traducción podía superar al original; no compartía, al contrario que Nabokov, el criterio de fidelidad entre el texto y su interpretación y, a lo largo de su vida, modificó sutilmente obras de Poe, de Hesse, de Kipling, de Guide,  de Melville, de Faulkner y de tantos otros. Sus traducciones alumbraron mis primeros pasos en el oficio, siendo yo tan solo un muchacho. Ahora todo eso me suena a hueco. Ya me he deshecho de sus libros, de todos los libros. Mis primeros trabajos no son para mí más que guijarros pulidos por las olas, ecos de caracolas vacías. Agua de enjuagar, como dijo Rimbaud de su obra el día que renunció para siempre a la escritura. Y ahora desterraré de esta silenciosa provincia la memoria de todos los que, a lo largo de la historia, mancharon el blanco de las cuartillas con sus odiosas letras. Sólo salvaré al poeta apóstata. Colgaré su retrato en un lugar de honor de mi casa y bajo él quemaré el Barco Borracho, su temprana obra maestra, en homenaje a su audacia. Tal vez siga sus pasos hasta la antigua Abisinia y, como él, me convierta en aventurero, en traficante de armas. Aunque acaso me falte valor para esto último. O me sobren años. (...) Continuará.


Primer capítulo de "Nebed", novela. Pepe Yáñez.
Este texto está en internet y es de libre uso no comercial. Por favor, si lo reproduces cita a su autor.
Julio de 2012
http://enelbarcoborracho.blogspot.com/

10.7.12

Nebed - Capítulo uno (2ª entrega)

                                       El traductor infiel. Óleo sobre lienzo. 80 x 80 cm. Pepe Yáñez 2005



(Viene de Nebed. Capítulo 1/1)
 (...) Sobre el francés, los sillares de papel ascendían como los anillos de un árbol, dos bibliotecas, la más antigua sobrepuesta a la otra, los libros más altos envueltos en cubiertas de cuero unidos por el lema de sus ex-libris, Post tenebras lux, y la broma de un hombre al que no conocí, mi abuelo, que en la página catorce de cada libro redimía el retrato de hombre adusto de su padre con otro sello que rezaba Totus Ludum Est

Esa es mi memoria de aquella biblioteca, una sucesión de imágenes bien escogidas, una complaciente evocación; por el contrario el recuerdo de aquellos libros, el que ahora me asalta,  es un mal sueño recurrente del que ya nunca lograré  despertar.

No vivo rodeado de grandes lujos; tal vez un viejo escritorio de roble y alguna cómoda de talla antigua que amueblan más mi  memoria que mi casa, y un reloj de oro que tras dos generaciones tuvo de nuevo un propietario cuyo nombre, el mío, se corresponde con las tres iniciales grabadas en su dorso, y un par de óleos con los que pretendieron hacer grandes a algunos de mis antepasados y que ahora hacen pequeñas las  paredes que los sustentan.

 En caso de fuerza mayor, a la que sin duda me veré abocado en breve plazo, acaso salvaría alguna baratija insignificante, de esas que sirven de asidero al pasado; un péndulo de plomo que encontré tirado en la calle hace muchos años o un escudo con emblema montañero que me regaló mi padre tras un viaje, cosas así, aunque no soy muy amigo de ese género de interpelaciones infantiles, esas en las que uno debe escoger tres objetos para trasladarse, valiente sandez, a una isla desierta; en otros tiempos el único equipaje hacia esos parajes consistía en un juego de grilletes o en un fardo de malos recuerdos que, al caso, vienen a ser lo mismo. 

Si conservara algún rescoldo de nostalgia por alguno de mis bienes perdidos, tal vez añoraría de tarde en tarde mi antigua colección de enciclopedias. Poseí obras magistrales, autenticas joyas de bibliófilo. Ya no me interesan sus letras, no volvería a leer ni una sola línea, pero aún recuerdo con agrado el tacto de las cubiertas enteladas de mis dos ejemplares traducidos del diccionario histórico y crítico de Pierre Bayle, o el olor de las páginas de  L’encyclopédie de Diderot, con sus once volúmenes de grabados conservados en perfecto estado. En esos estantes vacíos, hace apenas un par de meses, aún asomaban sus lomos junto a los de una primera edición de la Europeo-Americana con sus diez apéndices y todos los suplementos publicados hasta 1988.

Ahora ya no queda nada; todo se lo llevó el fuego.

Durante mi última etapa el Cubo, la agencia multinacional que absorbió a Vincenzo Traductores y a su pequeña plantilla, de la que formé parte durante quince años,  el rectángulo de mi mesa acabó cercado por torres de papel que crecían como plantas noctámbulas, y cada mañana, al incorporarme al trabajo, los cúmulos eran varios centímetros más altos que el día anterior. De todo ese  asunto del despido lo único que me sublevó fue que se adelantasen a mi renuncia. Mi abandono del trabajo, mi absentismo premeditado, no pretendía ser más que la antesala de una dimisión que ya tenía escenificada en mi cabeza, portazo incluido, de la que Antonio Vincenzo me privó en una más de sus calculadas jugadas dirigidas a vengar mis afrentas, a las que nunca pudo poner nombre, ni situar su origen, porque aunque intuidas jamás tomaron forma concreta ni el pudo dársela, ante la afectación de sospecha permanente que fue minando durante años nuestra sincera y antigua amistad.
  
Despedido. Ya nadie parece recordar que a los veinte años, aún sin colegiar, recibí el premio Vladimir Nabokov por la traducción de Las batallas perdidas, uno de los primeros textos de Louis Guilloux. 

El hastío llegó más tarde.

Confieso que llegué a aborrecer hasta tal punto la letra impresa que en los últimos meses traducía los textos después de registrarlos en archivos de voz, para no verme obligado a releerlos. Este despido será para mí una liberación. Hace tiempo que decidí desterrar las letras de mi vida: jamás volveré a leer o escribir una sola palabra. (...) Continuará

Primer capítulo de "Nebed", novela. Pepe Yáñez.
Este texto está en internet y es de libre uso no comercial. Por favor, si lo reproduces cita a su autor.
Junio de 2012
http://enelbarcoborracho.blogspot.com/