(Viene de Nebed. Capítulo 3/2)
(...) Retomamos la gira con cierto atropello, y de no ser
por su velocidad de crucero aquella mujer hubiera podido sentir tres alientos
en su nuca: no cabía duda que aquellos tres se habrían apuntado sin agua a la
excursión a Londres tras sus pasos con
la que yo había fantaseado minutos antes.
-The Cube
es en la práctica una multinacional de la cultura con sede social en Londres y
sucursales en ocho países de los cinco continentes –se arrancó la inglesa
inopinadamente en español.
-Sus áreas de actividad –continuó.- comprenden
la edición, la museología y la gestión
de archivos históricos. Aunque la principal fuente de facturación de su
división editorial se nutre de la publicación de todo tipo de libros, y
funciona autónomamente adaptando sus títulos a los mercados de cada una de sus sucursales, la seña de
identidad de The Cube en ese terreno son
los facsímiles de libros antiguos. Muchos de ellos provienen de los fondos de nuestros
propios museos, aunque recibimos préstamos y encargos de colecciones públicas y
privadas de todo el mundo.
Aunque en un principio pensé que aquella suerte de
exhibicionista rubia había decidido
amenizarnos el paseo con una demostración de sus dotes de cicerone, pronto comenzó a interesarme su discurso.
Además, la seguridad con la que se expresaba fulminó su primera imagen de mujer
florero.
-Tengo entendido –intervine, tratando de encauzar el
monólogo en algo parecido a una conversación.- que el grupo posee una de las
más importantes colecciones medievales de Europa.
Durante unos segundos, un rictus de cólera se apoderó
del rostro de Vincenzo, pero la efusividad con la que Rose respondió a mi comentario devolvió sus
facciones a su habitual mueca de
condescendencia pasiva.
-¡Efectivamente mister Alcolea! –dijo apuntándome con
su carpeta plegada en tubo, como una maestra satisfecha hubiera hecho con su
puntero.
-The Cube
Pumping Corporation -continuó.- custodia
la mayor colección de códices que existe en la actualidad. No en vano alberga
en cuatro de sus sedes, entre las que se incluye esta, los más importantes museos
bibliófilos del mundo. No poseemos obviamente todos los originales que se
conservan, pero gracias a la especialización del grupo en la edición de
facsímiles podemos asegurar que no existe ningún libro medieval que haya
sobrevivido al paso del tiempo que no pueda ser consultado o admirado en las
instalaciones del grupo.
Discurrí que el empleo continuado del posesivo por
parte de esa mujer obedecía al proverbial espíritu corporativo que los
anglosajones saben transmitir como nadie a sus empleados. En cualquier caso,
resultaba curioso escuchar a aquella cada vez más interesante recepcionista
hablar de los libros más valiosos del mundo como si estuviera acostumbrada a
leerlos en la bañera.
-He oído decir –comentó Matías lanzándose al ruedo.-
que las reproducciones que salen de los talleres de edición de El Cubo son de
una calidad inigualable.
-That’s right
señor Sorel – confirmó Rose acelerando el paso.- la exposición itinerante de
facsímiles de códices medievales de The
Cube reúne reproducciones prácticamente perfectas. Lógicamente, el análisis
de un ojo bien entrenado sabría encontrar las diferencias respecto a un
original. Pero le aseguro que incluso en ese caso un experto que no estuviera
previamente advertido tendría en todo momento la seguridad de estar pasando
páginas iluminadas hace mil quinientos años.
La muestra, de la que sin duda tienen referencias, fue inaugurada en
París hace tres años, ha recorrido quince ciudades y tiene fechas programadas a
dos años vista.
Vincenzo se volvió hacia nosotros alzando las cejas.
Conociéndolo, sabía que en aquel momento se sentía prácticamente copropietario
de aquel tesoro bibliográfico. Hizo ademán de intervenir en la conversación,
pero los pocos segundos que empleó en allanarse la corbata fueron suficientes
para que Rose desapareciera de nuevo, esta vez
tras la mampara del departamento de Archivística.
-Sorry, just a
minute! –dijo antes de perderse en un maremágnum de equipos informáticos, alzando su carpeta como
si exhibiera un pedazo de carne en una perrera.
-¿No os lo dije? –dijo Vincenzo, llevándonos en
corrillo hacia el mirador de la galería.
A pesar de su forzada tranquilidad, advertí en él los
síntomas de una nerviosa congestión.
-Os dije que os traía a un empresón –añadió con
expresión de triunfo mesiánico.
Observé la mirada que le dirigía Ramón y temí lo
peor.
-¡Joder Antonio! – dijo Ramón, agitando las sílabas
con su característico temblor de labios al hablar.- Es mucho más de lo que
esperábamos. ¡Al menos por mi parte!
Ramón advirtió mi sonrisa e instintivamente bajó los
ojos. La suya podría haber sido una frase cortés en cualquiera, pero incluso él
mismo sabía que en su caso se debía a un reflejo de pelota compulsivo.
-Bien, bien… ¡ese es el espíritu! -respondió Vincenzo
palmeando su espalda sin mucha emoción. La adhesión de Ramón al jefe le venía
de fábrica.
-¿Qué piensas tú, Matías? –Interrogó de nuevo,
esperando una nueva ración de confeti.
-Bien, las instalaciones son excepcionales. Estoy
deseando ver nuestro equipamiento.
-¡Vais a alucinar! –Respondió Antonio mordiendo
presa.- ¡Lo último en tecnología!
Procesadores de texto de última generación, software para lenguas
clásicas, traductores en red interna… ¡Vamos a currar en un Ovni!
Sabía que Antonio había improvisado con aquella
tontería de la traducción en red interna, pero el ambiente ya estaba bastante
cargado y me limité a divagar mentalmente pensando que, trabajando en un Ovni,
me conformaría con que no me disecaran los marcianos.
-¡Ufff...!
-exclamó Ramón.- ¡Increíble
Antonio! ¡Software de clásicas!
Me miró tras sus palabras y se tapó discretamente la
boca, como si intentara disimular una
incontrolable aerofagia. ¿Para que querría aquel majadero un cacharro que
interpretara clásicas? Ramón es un excelente traductor de francés, pero el libro
más antiguo que ha pasado por sus manos se editó cuando ya usaba after shave.
Meneé la cabeza e hice un comentario trivial sobre
los centros comerciales que estropeaban las vistas de las verdes colinas.
Confiaba en el regreso inminente de Rose, que me libraría de mi inevitable
turno en el interrogatorio de Vincenzo, pero al parecer nuestra diosa sajona
estaba verdaderamente ocupada repartiendo sus papelitos.
-¿Y tu qué? –escuché irremediablemente-. ¿Supongo que
no encontrarás nada a mano en tu repertorio de quejas?
Su tono de voz volvió a cabrearme, de manera que le
devolví la bola con un revés en la
esquina que menos esperaba.
-Bien –respondí aceptando el envite-. Creo que
trabajaremos en una empresa en la que no nos faltará la publicidad. ¿Supongo que
os enterasteis del escándalo de la exposición de códices de El Cubo en París? –
solté con la exquisita inflexión de un embajador declarando una guerra.
La bola entró. Vincenzo se dio la vuelta y recorrió
varios metros por el pasillo con los brazos abiertos como un crucificado.
-¡Increíble! ¡Es absolutamente increíble! ¿Pero a que
coño viene eso? –explotó alzando la voz.
No fue noticia de primera plana, pero cualquiera del
gremio la siguió en su día en los periódicos. En la exposición de facsímiles
medievales de París, la primera de una larga gira mundial, se instaló una urna blindada
en la que se exhibían supuestamente diez originales. Alguien detectó que la
mitad de ellos eran reproducciones.
-¡Aquello fue un error y todo el mundo lo sabe! –
embistió Vincenzo apuntándome con su índice. Por un momento imaginé una bala
saliendo de una trampilla oculta en su falange.
-¡Un error subsanado al día siguiente! – espetó.
-¿Subsanado? Se limitaron a retirar las copias, pero
no fueron sustituidas por sus supuestos originales. Es probable que ni siquiera
existieran…
Vincenzo me fulminó con la mirada mordiéndose el
labio inferior. Conocía sus accesos de ira, y sabía que estaba justo en el
límite para alcanzar uno de ellos. Me
miró en silencio durante unos segundos, como si lo acabara de acusar del robo
del siglo, por más que en la fecha en la que se inauguró aquella
exposición hubiera resultado surrealista
imaginar que una pequeña agencia como la nuestra sería absorbida por la mayor compañía editora del mundo. En aquel
preciso instante a mí aún me lo parecía.
Advertí la creciente palidez de Ramón. El sudor que
comenzaba a resbalar por su frente delataba su enfermiza alergia a las
discusiones. Matías en cambio parecía disfrutar como un devoto de las peleas de
gallos.
-Tíos, no discutáis – terció Ramón en un esfuerzo que
yo sabía titánico-. ¡Sois amigos!
Matías lo miró sonriendo con una sola comisura y expelió
algo parecido a un silbido.
Comenzaba a
divertirse de verdad.
Vincenzo volvió a apuntarme con su dedo, pero su
gesto perdió fuelle cuando la galería se inundó de gente. Debía ser la hora del
café, e inmediatamente nos vimos envueltos
en un fluido cauce de empleados que brotaban de las diferentes secciones
de la planta, y que a su paso nos observaban curiosamente sin detenerse.
-¡Tú y yo tendremos una larga conversación en cuanto
estemos instalados! –concluyó a media voz, sorprendido, como todos nosotros,
por aquella repentina irrupción de humanidad en tránsito.
La cafetería no debía de estar muy lejos. En escasos dos
minutos nos dirigieron numerosos Good
moorning y Bonjour, varios Guten tag y Buongiorno, incluso algún que otro Ohayô gozaimasu. Los buenos dias no llegaron a una docena, se veía
que la integración no era el fuerte de nuestros compañeros de El Cubo.
Una vez quedamos de nuevo solos se instaló entre
nosotros el silencio. Durante el paso de aquella riada humana en tan corto
lapso de tiempo me había sentido como una piedra atrancada en medio de una
corriente, y algo parecido debieron experimentar mis compañeros, ya que de los
prolegómenos de un combate de carneros habíamos pasado al más absoluto mutismo.
Ramón y Matías permanecían milagrosamente en el mismo lugar tras la estampida, el
primero observando algo indeterminado en sus zapatos, rascándose el cogote
Matías. Vincenzo se había retirado unos metros hasta apoyar su espalda en la
cristalera, y al igual que yo, fisgaba a
través de la mampara de Archivística (...) Continuará.
Segundo capítulo de "Nebed", novela. Pepe Yáñez.
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texto está en internet y es de libre uso no comercial. Por favor, si lo
reproduces cita a su autor.
Octubre de 2012
http://enelbarcoborracho.blogspot.com/
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