MICRORRELATO
El soplo me lo dieron en el bar Carriela y no perdí un segundo. Conduje hasta la villa y no me hizo falta verla por dentro; incluso en ruinas triplicaría ese precio. En un par de horas tuve ante mí al propietario sentado en una mesa de firmas del notario. La mirada huidiza, amasaba sus manos. Salivó al saludar. Mi intuición de veinte años de agente inmobiliario no me engañaba: el tipo estaba en las últimas, olía a ruina, y no sabía con quien estaba tratando.
En la breve espera apreté la oferta. Pan comido. La humedad
de sus ojos le costó veinte mil, y su temblor de labios redujo en un tercio el
precio de salida. El enloquecido zigzag de su firma me hizo pensar que el
parkinson lo devoraba, pero la inmensa paz que lo inundó cuando yo hice lo
propio me hizo descartar la idea. Al entregarme las llaves su rostro era el de
otro hombre.
No podía esperar. Quedaban un par de horas de luz y regresé
a la casa. La verja chirrió brevemente al abrirse al jardín japonés, y una eufórica
sensación de triunfo se apoderó de mí cuado escuché la gravilla del sendero
crujir bajo el peso de mis neumáticos.
Encendí la linterna en el enorme recibidor. El interior
estaba vacío. No había muebles ni cortinas. Una ventana entreabierta tableteaba
y me sentí ridículo al intuirme observado.
- ¿Hay alguien ahí? –pregunté por puro reflejo. Entonces
escuché la voz, surgiendo de todas y de ninguna parte:
- Usted no sabe con quien está hablando.
La casa estaba vacía:
no había un alma en muchos kilómetros.
Este
texto está en internet y es de libre uso no comercial. Por favor, si lo
reproduces cita a su autor.
Pepe Yáñez. Noviembre de 2012
http://enelbarcoborracho.blogspot.com/
No hay comentarios:
Publicar un comentario