15.10.12

NEBED. Capítulo dos (1ª entrega))



                         La cuadratura del círculo" (detalle ) Óleo y acrílico sobre lienzo.  Pepe Yáñez 2004

 
(Viene de Nebed. Capítulo 1/3)

(...) El funcionamiento interno del Cubo es geométrico, un fiel reflejo de su envoltorio. La estructura del edificio se alza en cuatro fachadas gemelas que afloran del centro de un solar enlosado con enormes baldosas de cerámica gris, rodeado en su perímetro por una estructura metálica proyectada en su origen como guía para plantas trepadoras. Esa función la cumplió a la perfección durante los escasos meses en los que el edificio fue pabellón de uno de los países participantes en la exposición universal que maquilló la piel de esta ciudad hace dos décadas. En los años en los que el inmueble permaneció en abandono tras su cesión por los expositores al consistorio, el seto perdió el verde de sus hojas, y el Cubo quedó cercado por  una tupida maraña de leña abrazada al óxido de los tubos a la que la intemperie y la desidia dotaron con el tiempo de una extraña belleza, a medio camino entre lo orgánico y lo industrial, que los arquitectos dieron por buena al rehabilitar el edificio. Cuando uno lo mira desde cierta distancia, se tiene la sensación de estar contemplando una absurda cubitera en la que flota un solitario bloque de hielo de proporciones ciclópeas, inútil y mágico, como el juguete de un niño.

Debo reconocer sin embargo que nuestro traslado al Cubo no fue demasiado traumático, una vez asumimos que Vincenzo Traductores ya era historia. Si bien en un principio un cierto apego nostálgico me hizo pensar que añoraría el mapamundi de manchas de humedad que decoraba el techo falso  de nuestra céntrica y casi ruinosa sede, lo cierto es que el recuerdo de los viejos archivadores cuyos carriles chirriaban como murciélagos soliviantados, la exasperante lentitud de nuestros panzudos ordenadores y la angosta escalera de entrada que cada mañana nos devoraba como la garganta de una sierpe  pasaron pronto al olvido ante las comodidades que nos brindaban las nuevas instalaciones.

Entre ellas, no fue plato de mal gusto cambiar mi longeva colección de multas de aparcamiento en zona limitada por una flamante tarjeta microchip que daba acceso al garaje privado del Cubo, desde el que se ingresaba directamente a través de un ascensor al enorme recibidor acristalado del edificio, de cuyo centro emergía, como un baluarte de vidrio templado y  mármol,  el mostrador de recepción. Nunca entendí la necesidad de obligar a los visitantes a caminar los casi cien metros que lo separaban de la puerta de entrada al público, pero concluí  que eran el mínimo peaje que podía requerirse para recibir el premio de intercambiar las cuatro palabras de la consulta de turno con las dos gracias que atendían tras el rótulo de información. Rose y Rosa. La primera vez que dí los buenos días a Rose tuve la impresión de que al devolverme el saludo  me transmitía secretamente un súbito amor a primera vista, aunque pronto hube de resignarme a compartir esa sensación con todas y cada una de las personas que se acercaban por primera vez a su repisa. 

Rose Relish  es una londinense de Bromley que por un extraño sortilegio parece haber intercambiado el carácter reservado que por su origen un español le presupondría con Rosa Lucena , su compañera de pecera, una flemática andaluza de Tomares que habla un correcto inglés de procedencia au pair cuando la situación lo requiere, y a la que uno a primera vista le imagina el bolso repleto de bolsitas de té Lady Gray. A Rose, una vez superado sin éxito el primer impulso de mi testosterona,  me unió una amistad voluble y divertida a partes iguales que tuvo un final sorpresa. Con Rosa mantuve una relación diferente durante el año y medio que convivimos en el Cubo. Una vez que comprendí que su flema no era sino una cortina tras la que ocultaba su timidez, y que su impostada pose anglosajona obedecía más a alguna sugerencia corporativa que a su sencilla naturaleza,  adquirimos el rango de sinceros confidentes y compartimos algún consuelo mutuo que guardo para mi.  Jamás tendría una mala palabra para Rosa; no se puede tener para alguien que literalmente salvó mi vida, y no hablo en absoluto en sentido metafórico. (...) Continuará.


Segundo capítulo de "Nebed", novela. Pepe Yáñez.
Este texto está en internet y es de libre uso no comercial. Por favor, si lo reproduces cita a su autor. 
Octubre de 2012
http://enelbarcoborracho.blogspot.com/


No hay comentarios:

Publicar un comentario