Lisboa es Rosa
Rafael
Benítez Toledano
En las terrazas de la Praza da Comercio ha estallado la luz
sobre el Atlántico, y los edificios, con su brillo recién inaugurado, saludan reverenciales
a Don Ademar de Alemcastre, que contempla su Martini con helada desgana. Es mediodía.
La última vez que fui a Lisboa viajé en litera desde Madrid y llegué
de buena mañana; en ocasiones lo hice en coche por Extremadura o Huelva, o en
avión, pero, lo hiciese como lo hiciese y llegara a la hora que
llegara, en mi memoria Lisboa es rosa. De un rosa manchado con la sangre canalla
de los callejones de Alfania a medianoche, o iluminado por las madrugadas de
Praza da Rossio o el Jardín Botánico. O el rosa desvaído y mortecino de las tardes
soñolientas en la Brasileira, o cenando en Bacus o Tavares.
Sea como fuere, en cualquier habitación de mi recuerdo Lisboa es
rosa, como Praga es de gris donde nos apagamos, Florencia de un rojo apenas conseguido
y San Sebastián de un azul que ya no existe.
Algún día quizás olvide las ostras frescas con una gota de
tabasco que tomé en Tavares Viejo, imitando a Mario Soares que ocupaba una mesa
contigua; o el arroz con bogavante junto al palacio de Queluz, o las cervezas
con quisquillas en Trinidade. Quizás, incluso, se vayan las partidas de billar
en la mesa labrada del Café Chinese, en la Rua da Misericordia. Llegará un día,
posiblemente, que no recuerde la verdadera identidad de Alvaro de Campos, pero
tened por seguro que cuando piense en ella, Lisboa será rosa y yo estaré
triste.
Pudiera uno pensar que de aquel fuego que asoló el Chiado fueron
eliminadas las cenizas, pero dejó derramada en sus rescoldos una tenue luz de
incendio sobre el aire de la ciudad; como quien dora un lienzo.
Preguntaré a Pombal, que de la virtud de los desastres sabe
algo.
Publicado en D
I A R I O D E J E R E Z el Lunes 2 • julio 2001
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Pepe Yáñez. marzo de 2015
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