Desde luego que conozco musulmanes que viven conforme a su
creencia en un buen Dios, es cuestión de querer que así sea, más que de
profesar una religión u otra. Son amigos míos que me abrieron sus casas muy
lejos de la mía sin preguntarme a quien rezaba, y no me gusta que se les
insulte, porque no lo merecen.
Gente que no quiere ver un burka ni en foto, que, como la mayoría de los mortales no vive obsesionada con su religión. Gente que odia a Daesh mucho más que cualquiera, porque los ha convertido en blanco de la desconfianza, el miedo y el rechazo. Personas iguales a los cientos de musulmanes que Daesh, Boko Haram o Al-Qaeda asesina a diario en sus mezquitas, en sus mercados, en sus calles, haciéndolos víctimas del mismo odio que esas alimañas profesan hacia quienes no se sometan a su inmundo y perturbado imperio del miedo.
Mantener que islam solo hay uno, y pretender que todos los musulmanes se pronuncien desde el
punto de vista religioso como una sola cosa y todos a una, ya sea sobre la interpretación
de una sura por un ulema pirado - o simplemente hijoputa - o sobre la manera de
cocinar un pollo, es como querer que un cristiano adventista de Indaiatuba o un amish de Lancaster le
pongan velitas a la Virgen porque hace cuatrocientos años no había más iglesia
que la de Roma.
Las sociedades que se fundaron en torno al
humanismo cristiano evolucionaron como tales desde la barbarie excluyente hacia
lo que hoy tenemos por sociedades libres. Y fue
precisamente cuando renunciaron a un concepto teocrático del poder, que es la
principal lacra que lastra al actual islam. El islamismo, su cara más fanática,
es más una forma de gobierno y de control social que una creencia, y ejerce su
poder a través de fórmulas tan antiguas, y tan conocidas por nosotros en otras
épocas, como la coerción moral de las
sociedades en las que se erige el Corán, no como libro religioso- la Biblia en
partes también es atroz si se lee literalmente- sino como código de gobierno.
La tragedia de los musulmanes
respetuosos con otras creencias, hoy día, es que la minoría más fanática es la
que rige la mayor parte de sus sociedades y estados, a través de una religión a
la que no interesa liberar de sus más anacrónicos y estrictos preceptos, ya que
son precisamente estos los que permiten doblegar las libertades individuales y
el libre albedrío. Ese es nuestro enemigo. Manifestarse en contra de atentados como el de París en
Sudán, Malasia, Nigeria o Pakistán, o en las calles de cualquiera de nuestros “aliados”,
Arabia Saudí, Emiratos incluso en alguno mucho más cercano, es sencillamente jugarse la vida, convertirse en un apestado, no por motivos
religiosos, sino por la utilización por parte de sátrapas de un libro religioso como código de gobierno, como una manera de ejercer el poder. A nadie puede exigirsele que se convierta en héroe.
Cierto es que ese mismo silencio, legítimamente cobarde, se convierte en agravio cuando se produce en sociedades con libertad de expresión y con derecho de manifestación. Bajo él se amparan y cobijan quienes han elegido la religión para obtener el poder o una vida facil a través del terror, también los fanáticos religiosos, con el amparo y la presión social que sobre los fieles pacíficos ejercen
ciertos, demasiados, imanes y “mezquitas”. Hay que ir a por ellos, sin contemplaciones, las hienas han clavado nuevamente sus dientes en nuestras ciudades, las que les ofrecimos como hogar y convirtieron en guarida. Han secuestrado la ciudad sede del parlamento desde donde se legislaron las leyes de protección social que con una generosidad impensable en sus naciones de origen ampararon, y en muchos casos subsidiaron su llegada. Todos, como cualquier ciudadano en los países libres, tendrán que admitir finalmente que su religión, y algunas de las costumbres que de ella se derivan, son tan criticables como cualesquiera otras que lo son a diario, con infinita más dureza, sin que arda Troya. Pero hay que distinguir entre delincuentes, asesinos y
tibios, y desde luego considerar como iguales a quienes, desde su fe o su
cultura musulmana luchan, con más ímpetu y valor que nosotros, en contra de
quienes monopolizando su religión los consideran herejes.
En una guerra entre la razón y la
barbarie, es necesario tener al enemigo bien localizado. Tirar a bulto, ya sea
con armas u opiniones insultantes, sobre todos los musulmanes no solo es
injusto, sino peligroso para todos. En esta dura lucha que ahora comienza, en
defensa de valores hoy tan heridos como la Libertad, la Igualdad y la
Fraternidad, tendremos que ser implacables, y sobran los tibios. Pero también
los bocazas.
Eso es lo que pienso. Por si a alguien
le interesa.
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Pepe Yáñez 2015
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