¡BURP! (perdón...)
En serio ¿para manifestar o divulgar ideas y opiniones hace
falta regurgitar insultos con tan mala bilis? Las redes se han convertido el
reino de la aerofagia ideológica. Nuestro país en un inmenso eructario en el
que te ves obligado a respirar reflujos de todos los colores y aromas. Nuestra
sociedad antaño fue maestra de la ironía y del debate de cenáculo, tabernario o
de café, contundente pero respetuoso y cancelado con un brindis entre
oponentes. Y cada vez que tiró de panfleto y palo ciego terminó en tragedia
cainita; hoy, que sobre el papel recurrimos menos a la faca, se ha convertido
en el cuadrilátero del flato en la cara. Nos hemos vuelto más guarros, y sin
que sirva de precedente intentaré estar a la altura.
Noticias falsas,
subidas y compartidas a golpe de retortijón, fermentan sus pútridos humores en
muros y perfiles. Una legión de ventoseadores del verbo, en su mayoría enmascarados,
derrama su incontinencia sobre propios y
ajenos, sin releer sus propias palabras antes de excretarlas. Padecemos una
epidemia de predicadores de teclado solitario, sin imaginación ni gracia, que
ni siquiera dominan el sarcasmo como recurso. Devotos del punzón en el ojo
ajeno, necesitan crear su rebaño de borregos imaginarios -aquellos que no
comparten sus verdades absolutas- para convertirlos en espectadores de su pedante
onanismo "intelectual", o de su hez toscamente modelada en forma de
insulto directo al oponente.
La red de redes, esta herramienta igualitaria que a todos
nos convierte en críticos, analistas, escritores, reporteros, artistas,
divulgadores, investigadores, poetas, humoristas o mirones, dispuestos a diario y en aplastante mayoría a
compartir, intercambiar, aprender, entretener, debatir, discutir, informar,
desmentir, emocionar, convencer o permitir intentarlo a los demás, se ve
invadida por un gas pestilente al que muchos acercan sus teas con la pirómana
intención de que inflame la pira en la que ardan las ideas ajenas.
La corrupción política, económica y social nos afecta a
todos, y no es un problema que circunscriba solo a España. Es el tubérculo
podrido que envilece el aire que respira nuestra convivencia. Pero la
indignación no es patrimonio de nadie, y a ninguno asiste el derecho de
traducirla en insulto, ni de patentar la manera de combatirla, y mucho menos de
ampararla bajo unas solas siglas despreciando al resto. Cuento entre mis
amigos, próximos y virtuales, con personas de paz de todos los credos
religiosos, políticos y personales, de muchos países, costumbres y culturas. Y
me enorgullezco de ello, y de todos aprendo. Y por esa razón no me gusta que
sean vejadas, discriminadas, ninguneadas, tomadas por borregos manipulados, o
por ineptos, vocablos todos primos hermanos del insulto rastrero. Ninguno, por
ninguna de sus ideas.
Si tu lenguaje es el insulto, no eres bienvenido. Pírate. No
eres nadie, no tienes gracia, nadie te cree. Somos muchos más, y muy diferentes
entre nosotros, los que no necesitamos provocarnos el vómito a diario. Si te
pedí amistad da por retirada la mano que te tendí. No pretendas que comparta tu ponzoña, ni que
divulgue tus opiniones a través de tus diatribas, aunque sean las mías o así lo
creas. Y tranquilo; rebatiré tus ideas si así lo estimo, desde la dialéctica,
con respeto a quien las profesa, contundentemente y por derecho si es
necesario, sin remilgos, con humor o ironía si se tercia. Pero si en algún
momento siento la necesidad de ciscarme en ellas, no lo haré en público. Hay ciertas
cosas que la gente de bien solo las hace en privado.
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Pepe Yáñez. febrerode 2014
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