El alfabeto es la peor de las cadenas. Algo similar ocurre
con los colores, con la pintura. Parece ingenuo crear a partir de algo universalmente admitido como perfecto. Un código cerrado, al que ya no es
posible añadir nada.
Por fortuna, las combinaciones son infinitas. La libertad de
la palabra se obtiene a través del yugo de las letras.
No puedes inventar letras.
Puedes crear palabras. Indefinidamente.
Más tarde, yacerán bajo el color y la forma y las texturas.
Palimpsestos.
Acerca de uno de sus catálogos, el poeta y pintor José María
Báez, que sabe de brochas y de letras, reflexionaba:
Recibo información sobre unas Jornadas: “Las artes plásticas
en el cambio de siglo”. Qué curioso su profesorado: 1 artista, 1 galerista, 1
director de museo y 4 críticos. En ninguna otra disciplina artística tienen
tanto protagonismo los intermediarios.
Es el tablero.
Recuerdo:Totus Ludum est.
Y juego.
Un código personal:
El lenguaje propio no debería ser el fin último. Tal vez, la
recompensa.
El objetivo es el impulso, el instante, el momento creativo,
la autentica proto-obra.
La tela nunca más volverá a ser blanca. El fin último:
repetirlo cada día.
El sitio del artista está en su estudio. Su razón de ser,
lejos de sus paredes
He nacido en una ciudad barroca (churrigueresca, ¡que eterna
broma la pátina del tiempo sobre las palabras!). Su influjo es inevitable. En ocasiones, la mejor
manera de vadear esa tentación es
sucumbir a ella.
Pasada la tormenta, lo mejor es añadir mucho aguarrás a las
próximas telas.
Y dejar que resbale.
Escribiré una mentira:
La originalidad es por sí misma sinónimo de lo auténtico.
Y dos palíndromos:
SOMOS O NO SOMOS
RECELO DA ADOLECER
Pepe
Yáñez, febrero 2012
http://enelbarcoborracho.blogspot.com/
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