El lector lúcido. Acrílico, carbón y pastel sobre papel. Pepe Yáñez 2005
(Viene de Nebed. Capítulo 2/2)
(...) Lo cierto es que yo no había perdido un segundo
contemplando sus rizos engominados, coronados por un ya indisimulable círculo
de alopecia. La sola presencia de Rose y
Rosa, erguidas en pose de azafatas de vuelo y dirigiéndonos sendas sonrisas tan
cautivadoras como profesionales, bastó
para que mi estado de ánimo retornara a un punto neutro, que inmediatamente
subió enteros cuando, tras la recepción de nuestras tarjetas, Rose abandonó la
pecera y se expuso ante nosotros como una sirena desprendiéndose de su cola.
-Follow me,
please -nos indicó amablemente sin
perder la sonrisa, sin duda dando por hecho que la cartilla del uno de unos
traductores, por muy literarios que fueran,
pasaba por comprender el inglés.
-Supongo que Mr. Fields nos aguarda arriba –inquirió
Vincenzo con una engolada sonrisa que no encontró destinataria. Rose ya
caminaba de espaldas en dirección al ascensor.
-¡Oh! ¡Mr. Fields se encuentra de viaje! –respondió
Rose en perfecto español sin volverse-. Yo misma les acompañaré a sus
dependencias pero antes, si me lo permiten, les mostraré en un corto recorrido parte
de nuestras instalaciones, para que se familiaricen con su nuevo entorno de
trabajo.
Contemplando la manera en la que Rose posaba sus
pasos en el suelo, pensé que por mi parte ampliaría el recorrido hasta el mismo Londres si fuera
preciso. Por suerte, antes de que pudiera expresar ese pensamiento con cualquier desafortunada fórmula intervino
Matías, sosteniendo sobre los brazos
extendidos su caja de cartón.
-Disculpe señorita.
Rose se volvió hacia nosotros sin alterar el dibujo
de su sonrisa en los labios, añadiendo el extra de un divertido arqueo de
cejas.
-¡Oh! –exclamó-. Discúlpenme ustedes por favor… ¡Bástian,
si es tan amable acomode las cajas de los señores!
Sebas abrió la portezuela que tenía a su derecha sin
apartar la mirada del monitor se su unidad. Matías y Ramón comprendieron que el
porte les correspondía, y retrocedieron lo andado para dejar sus cajas en la
pecera. Mientras contemplaba como desaparecían sus cuerpos al agacharse tras el
mostrador advertí que Rosa, ya sentada en su puesto, meneaba la cabeza de lado
a lado, en un casi imperceptible gesto reprobatorio. Me pregunté que sería lo
que la contrariaba. Tal vez la invasión de su espacio vital en el cubículo o la
simple alteración de su rutina diaria. Puede que no aprobara la actitud de
Sebas, o Bástian, o como quisieran llamarle, incluso que se sintiera algo
celosa por el papel protagonista de su compañera. Colegí que la sola irrupción
en el hall de aquella extraña comitiva que formábamos dos porteadores y un
individuo con aire ausente en zapatillas de deporte, encabezados por un
histriónico con casco de brillantina y trajeado como si fuera a una boda era motivo más que
suficiente como para menear la cabeza durante un mes completo. Mientras
barajaba las diferentes posibilidades observé que Rosa, si bien tenía unos
rasgos mucho más discretos que los de Rose, poseía un perfil que pedía a gritos
un lápiz para ser dibujado.
Poco duró mi esbozo mental.
-All right!
–exclamó Rose.
Una vez vio ubicadas las cajas, frunció los labios en
un gesto de aprobación.
-Much better! Come on! -ordenó entre
líneas, regalándonos de nuevo su espalda.
En los casi cuatro mil metros cuadrados del Cubo
trabajan más de cien empleados. Desconozco como sería el edificio antes de su
restauración, pero los arquitectos ingleses habían hecho un buen trabajo. La
galería que circundaba la edificación en la cara exterior de sus cinco plantas
se abría al paisaje urbano en las dos fachadas orientadas al este, y ofrecía en
las otras una soberbia vista de las suaves colinas que se elevan en las afueras
de la ciudad. El Cubo está dividido en uso en dos mitades; una de acceso
público en la que está situado el museo, la principal baza que decidió al
ayuntamiento a ceder en concesión el edificio - la oferta era irrechazable - junto al archivo bibliófilo abierto a investigadores previamente acreditados. En
la otra mitad, la que recorríamos en aquel momento en su segunda planta, estaban las oficinas de la empresa, cuyos
diferentes departamentos se situaban a lo largo de la galería detrás de
mamparas ahumadas rotuladas con la actividad de cada sección. Una buena
solución para compartimentar y aislar la zona de trabajo de la galería,
permitiendo al mismo tiempo el paso a la luz y a las vistas del exterior.
Rose caminaba por el pasillo como si navegara en un
canal veneciano, saludando al cruce,
deteniéndose en cada uno de los departamentos y abandonándonos en la entrada.
Con un sorry,
just a minute…! se perdía entre las
mamparas portando una carpeta que en cada salida disminuía su grosor. Era
evidente que aprovechaba el paseo para repartir alguna circular, una hoja de
servicio o cualquiera fuera la cosa que llevara bajo el brazo.
Reconozco que tanta parada comenzó a irritarme, y
supuse a Vincenzo al borde del colapso por igual motivo.
- ¿No os parece un poco borde esta tía? –pregunté a
mis compañeros de gira.
Vincenzo se volvió hacia mí a tal velocidad que pensé
que iba a perder el equilibrio.
-¡Joder Alcolea! -dijo forzando un susurro -. ¡No
levantes tanto la voz! ¿Vas a empezar a pifiarla desde el primer día?
Vincenzo y yo nos llamábamos por el apellido desde el colegio, pero a partir del
primer afeitado él solo lo usaba previamente a un abrazo o cuando estaba
verdaderamente cabreado. En los últimos
dos años no recordaba haberme abrazado en ninguna ocasión con mi antiguo
camarada de aulas.
-No procede señores –apuntó lacónicamente Ramón,
señalando con un gesto de cabeza la mampara.
Rose avanzaba hacia nosotros de vuelta de su ronda
haciendo oscilar su cuerpo con
movimientos de pasarela. Se abanicaba distraídamente con la carpeta, a esas
alturas ya bien diezmada de su contenido.
-Además, está como un queso –monologó Vincenzo, esta
vez en un verdadero susurro.
-Let’s go! –
indicó nuestra guía con su imperturbable sonrisa, agradeciendo con un confuso
fruncido de cejas la exagerada inclinación con la que Antonio Vincenzo le cedió
el paso hacia la galería. (...) Continuará.
Segundo capítulo de "Nebed", novela. Pepe Yáñez.
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Octubre de 2012
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